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lunes, 12 de marzo de 2012

ADLÁTERE



No renunciaré al canto
No renunciaré al gozo, ansias de mi anhelo.
No renunciaré al anhelo de mirarte entre la niebla.
No renunciaré a la niebla donde habitas, lejana.
No renunciaré a la lejanía para atraerte a mi lado.
No renunciaré al borde donde espero el milagro.
No renunciaré al milagro del beso que era mío.

Mío. Mío.
Mío era el sol.
Mío, el claro de luna.
Mío, el afán que vela en las estrellas.
Mío, el color de tu mirada.
Mío, el cándido son de tu voz.
Mío, el brillo de tu pelo al que no renunciaré.


No renunciaré a la bondad de tus maneras
donde se esconden las maneras de las cosas.
No renunciaré a la humildad de tu ser,
ese ser hecho de velos de escoba..
No renunciaré al altruismo de tus actos,
esos actos alejados de la amorfa mezquindad.
No renunciaré a la calma de tu rostro
que me templa esta ira desbocada.
No renunciaré a tu afecto que era mío.


Mío. Mío.
Mío era el sol.
Mío, el claro de luna.
Mío, el afán que vela en las estrellas.
Mío, el color de tu mirada.
Mío, el cándido son de tu voz.
Mío, el brillo de tu pelo que no olvidaré.

No olvidaré el llanto.
No olvidaré el dolor, cuna de mis lágrimas.
No olvidaré las lágrimas, senda de la suerte adversa.
No olvidaré el infortunio en la palabra.
No olvidaré las palabras que me atan al silencio.
No olvidaré los largos silencios que acallan tu nombre.
No olvidaré ese nombre que era el tuyo.

Tuyo. Tuyo.
Tuyo, era el aire.
Tuyo, el fuego.
Tuyo, el agua y la tierra.
Tuyo, el sonido de la acequia.
Tuyo, el viento entre las ramas.
Tuyo, el amor que no olvidaré.

No olvidaré la savia de tus labios,
tus labios de lágrima escarchada.
No olvidaré las estrellas en tu mirada,
tu mirada traviesa al alba enamorada.
No olvidaré los susurros de tu eco,
tu eco entre sábanas humedecidas.
No olvidaré el reflejo de tu pelo,
ese pelo de llama en el estío.
No olvidaré ese rostro que era el tuyo.

Tuyo. Tuyo.
Tuyo, era el aire.
Tuyo, el fuego.
Tuyo, el agua y la tierra.
Tuyo, el sonido de la acequia.
Tuyo, el viento entre las ramas.
Tuyo, el amor al que me resignaré.

Me resignaré al clamor eterno
tras el ventanuco cerrado de indignidades.
Me doblegaré al olvido mezquino,
injuriado por el látigo del viento.
Me perderé de tu recuerdo como gotas heladas de rocío
y serán tus palabras voces negras en mis labios.
Me disiparé, como nubes de algodón,
del silencio de tu boca,
del frescor de tu mirada, enfurecida.
Me separaré de esta linde peligrosa, apenas visible,
que me aparta de tu lado, y te ofrece al suyo.


Suyo. Suyo.
Suyo, será el sol y la luna.
Suyo, la miríada de estrellas.
Suyo, el ángel de sus ojos.
Suyo, el sereno canto en la mañana.
Suyo, el susurro de fuego en la noche.
Suyo, toda la pasión que un día perdí.

Perdí, amarga es la derrota del enamorado.
Dolorosa, la senda de la desolación trabada.
Angustiosa, las horas del títere quebrado sin su amor.
Demente, buscaré tus gestos en las sombras esquivas
y me sentiré cómplice de verme en sus modales.


Aceptaré tu pérdida como algo que quema.
Distante, trataré de huir de la calle donde duermes.
Privaré mis ojos de tus piernas de seda.
Sellaré mis labios con telarañas de vino amargo.
Tendré por escudo la escarcha de la mañana.
Asiré por arma mi lanza de versos rotos.
Y lo sé, sucumbiré al amargor de la nostalgia.

Y entonces recordaré que lo mío fue tuyo y lo tuyo,
para mi desgracia, suyo.


Suyo. Suyo.
Suyo, será el sol y la luna.
Suyo, la miríada de estrellas.
Suyo, el ángel de sus ojos.
Suyo, el sereno canto en la mañana.
Suyo, el susurro de fuego de la noche.
Suyo, toda la pasión que eres tú.


                                                    Poemario: "Libro de Sal" de Juan E. Liébana Cazalla
                                                    Poema: Adlátere

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